El pasado 25 de octubre se realizó en Chile un plebiscito nacional para abrir o no la discusión sobre la reforma de la Constitución. El resultado fue un aplastante 78% a favor del “Apruebo” mientras que el rechazo fue del 22%. De este modo, tras la revuelta popular abierta en octubre de 2019, se impuso la discusión sobre la constitución heredada de la dictadura pinochetista.
¿Qué significa esta votación?
Hay dos cuestiones centrales a subrayar.
Por un lado, es un triunfo popular producto de la lucha y la movilización del pueblo trabajador chileno que, harto de la desigualdad social, la carestía de vida y la imposibilidad de acceder a derechos como la salud, la educación, el agua o una jubilación digna, estalló de rabia contra el régimen. “No son 30 pesos, son 30 años” decían las consignas callejeras en relación a que no fue el aumento del precio del subte la causa de esta revuelta, sino solo su catalizador. Vale decir que en Chile, la salida de la dictadura fue una transición con más continuidades que rupturas respecto del gobierno de Pinochet: la mantención de la constitución reformada por el gobierno de facto, una gran concentración de la riqueza en unas pocas familias, las privatizaciones, las AFP (sistema jubilatorio gestionado en forma privada), entre otras cuestiones que han generado una gran desigualdad social. Por este motivo, muchas de las demandas más urgentes de las movilizaciones tienden a entrar en franca contradicción con los pilares del régimen mismo, que hoy gobierna Piñera pero que sigue siendo pinochetista, conservador y liberal en su contenido. Fueron necesarias las movilizaciones más grandes de la historia del país, con grandes niveles de confrontación con las fuerzas represivas y un importante desarrollo de la organización territorial, para que se ponga sobre la mesa la necesidad de reformar la constitución.
Pero, por otro lado, la apertura del proceso constitucional es también una política del régimen para intentar canalizar ese enorme descontento popular hacia la arena institucional, descomprimir la bronca callejera y aislar a los sectores más radicalizados. Es que en los espacios parlamentarios, los partidos patronales (conservadores y reformistas) cuentan con mayores herramientas para desarticular la lucha.
El debate constitucional
Con la elección favorable al “Apruebo” se inicia una nueva fase de la situación revolucionaria abierta, en donde el centro de la escena será ocupado por el contenido que tendrá la nueva constitución. El pueblo trabajador chileno tiene por delante el enorme desafío de desarrollar a fondo la pelea por esas reivindicaciones centrales que golpean al régimen, las más inmediatas producto de la brutal represión estatal (como libertad de lxs presxs por luchar, indemnización a lxs lesionadxs oculares, juicio y castigo por delitos de lesa humanidad por parte de las fuerzas represivas, etc.) y, fundamentalmente, alimentar instancias organizativas populares que en concreto disputen el poder al gobierno.
La intervención en el proceso electoral de abril que definirá quiénes participarán de la Convención Constitucional tendría que poder ligar a lo más avanzado de los movimientos territoriales, estudiantil, mapuche, movimiento obrero y las organizaciones políticas revolucionarias, que impulsen un programa de transformación profunda. Justamente, por ser el terreno institucional y parlamentario el preferido por los partidos patronales defensores del régimen, es que el principal reaseguro para que la revuelta popular chilena se profundice es mantener los niveles de movilización y organización. Estas tensiones son las que se desarrollarán en los próximos meses: avanza el movimiento de lucha transformando el debate constitucional en una crisis política mayor para el régimen o lo hará la maniobra desmovilizante del gobierno.
Por Facundo Anarres – PRC.
¿Una situación revolucionaria en Chile?
Una definición clásica desde la teoría política revolucionaria, y que Lenin sintetizó con mucha claridad, plantea que una Situación Revolucionaria se define por 3 elementos principales: 1) La imposibilidad para las clases dominantes de mantener inmutable su dominación; tal o cual crisis de las “alturas”, una crisis en la política de la clase dominante que abre una grieta por la que se irrumpen el descontento y la indignación de las clases oprimidas. Para que estalle la revolución no suele bastar con que “los de abajo no quieran”, sino que hace falta, además, que “los de arriba no puedan” seguir viviendo como hasta entonces. 2) Una agravación, fuera de lo común, de la miseria y de los sufrimientos de las clases oprimidas. 3) Una intensificación considerable, por estas causas, de la actividad de las masas, que en tiempo de “paz” se dejan expoliar tranquilamente, pero que en épocas turbulentas son empujadas, tanto por toda la situación de crisis, como por los mismos “de arriba”, a una acción histórica independiente.
Por supuesto que esto no implica necesariamente un triunfo revolucionario, ni una perspectiva socialista definida. Son, ni más ni menos, momentos históricos acotados en el tiempo que surgen cuando se agudizan las contradicciones entre las clases sociales. En Chile estos elementos están presentes. Por eso, por ejemplo, la demanda de una reivindicación simple y concreta como “educación pública” se choca de lleno con el régimen en su conjunto, que no la puede otorgar sin tambalearse por completo.