Edición digital El Roble N° 139 – Especial por Coronavirus
En el gigante latinoamericano la pandemia del coronavirus viene a complejizar la crisis política y social preexistente. A la fecha cuentan con 13.700 infectados y 667 muertos desde principios de marzo, cuando se detectó el primer caso. Pero hay un dato que es particularmente significativo: aunque es el Estado de San Pablo el que concentra la mayor cantidad de casos, en estos días se detectaron los primeros contagios en la favela más grande del país, la Rocinha, en Río de Janeiro. Dada la concentración poblacional, la precariedad habitacional y sanitaria que hay en este tipo de asentamientos, es de esperar que haya nuevos picos de casos que golpeen de lleno a los sectores más vulnerables.
Aunque los gobernadores de los Estados brasileños decretaron la cuarentena, la decisión no fue respaldada por el presidente Bolsonaro. Por el contrario, desde el inicio el mandatario negó la gravedad de la situación y se mantuvo desafiante con la prensa, que salió a atacar cada decisión tomada por el presidente frente a la pandemia. En el fondo, fiel a su línea política, Bolsonaro apuesta a no detener la economía que ya de por sí se encuentra en recesión desde el año pasado, admitiendo abiertamente, por ejemplo, que “va a morir gente, lo siento, pero no podemos parar una fábrica de automóviles porque hay accidentes de tránsito”. Incluso motorizó un programa, la “Medida Provisoria 936”, que permite que las empresas hagan rebajas salariales de hasta un 70% a cambio de no despedir al menos por el doble de tiempo que dure dicha rebaja. En plena pandemia, Bolsonaro mantiene firme el timón en pos de defender los intereses patronales.
En los primeros días de abril circularon rumores de que las fuerzas armadas estarían organizando una destitución del presidente. Las versiones indicaban que el ejército lo dejaría en su cargo formalmente, pero sin poder de hecho, traspasando las atribuciones presidenciales a manos del General Braga Netto. Esto aún no está confirmado y Bolsonaro sigue a cargo efectivamente del poder ejecutivo, sobre todo con el apoyo de las iglesias evangélicas y de importantes sectores de la población.
Sin embargo, es un hecho el distanciamiento de todos los sectores del ejército respecto del oficialismo. Si tenemos en cuenta, además, la ruptura que hay con todos los gobernadores, la profundidad de la crisis política es innegable, por lo que no se debe descartar que se efectúe un nuevo golpe palaciego en el país vecino. Más aún cuando las consecuencias de la pandemia todavía no ven un techo, que puede convertir la situación social en un polvorín si no se controla la crisis sanitaria. Recordemos que en Brasil, un país con 210 millones de habitantes, el 5% más rico concentra la misma riqueza que el 95% de la población, el 10% de la población vive en la pobreza y la desocupación ronda el 12%.
Como en otros puntos del planeta, esta crisis sanitaria pone de manifiesto los límites que tiene el propio capitalismo para satisfacer las necesidades más concretas. Brasil presenta todas las condiciones para que la crisis sanitaria, social y política se profundice fuertemente dejando un escenario muy adverso para las mayorías explotadas. Ni la ultra derecha liberal y xenófoba de Bolsonaro, ni el autoritarismo militar, ni el capitalismo reformista del PT que allanó el camino a esta derecha, darán las respuestas de fondo que la situación amerita.
Queda por delante el desafío para la clase trabajadora brasileña construir nuevos pisos de organización política, sindical y territorial con un programa que se contraponga a las intenciones patronales de llevar al colapso la situación con tal de defender sus ganancias. Frente a un deterioro aún mayor de sus condiciones de vida, el pueblo trabajador brasileño hará estallar la lucha tarde o temprano. Las y los trabajadores debemos confiar en nuestra propia fuerza para defender y conquistar todos nuestros intereses como clase. Esta es hoy la tarea más urgente.
Por Facundo Anarres – PRC.