En nuestra editorial de septiembre señalábamos que la última etapa del año estaba signada por una creciente conflictividad sindical dado el atraso salarial que trae aparejada la inflación. El conflicto con los obreros del neumático puso esto al desnudo, pero además emitió una señal clara para el conjunto de las patronales, al gobierno y a la oposición: para evitar nuevos estallidos de la lucha de clases debían anticipar la “actualización” paritaria que le empate a la inflación.

La suba imparable de precios sigue desatada, aún cuando el superministro Massa ha logrado mantener pulgar arriba frente al FMI cumpliendo con las metas pautadas y seguir disciplinadamente pagando deuda. Todas las iniciativas locales por controlar precios no parecen ser suficientes. A su vez, la devaluación por goteo del peso hace que el Banco Central tenga que vender millones de dólares para evitar una disparada mayor, medida que apenas sirve para salir del paso. A las puertas del 2023, el año electoral parece demasiado largo como para que el peronismo en el gobierno pueda llegar con aspiraciones de reelegir.
Con este cuadro de situación, bien podría pensarse que, paso a paso, el gobierno prepara el terreno para aplicar el viejo remedio anti-recesivo: congelar salarios y precios como forma de enfriar la economía. De este modo, reza la receta liberal, se logra equilibrar la macroeconomía estabilizando dos de las variables centrales: costo salarial y precios finales, lo que juega en favor de evitar una mayor depreciación de la moneda local, hace previsible el mercado y esto favorece la inversión de capital, lo que generaría una reactivación de la economía. Dicho en criollo, se abre la posibilidad concreta de un nuevo paquetazo de medidas -que por cierto en los ‘70 derivaron en el “rodrigazo”-: congelar estas paritarias sin tener en cuenta la inflación real que el año que viene que el gobierno difícilmente pueda controlar. De este modo, mazazo mediante al salario, se garantizaría un alto nivel de ganancias patronales sin que necesariamente se realice un crecimiento económico. La gran diferencia con el contexto de aquellas medidas impulsadas durante el gobierno de Isabel Perón por el ministro Celestino Rodrigo, es que el movimiento obrero se encuentra con mayores niveles de fragmentación (por dispersión política y sindical, por una mayor desocupación y precarización) y, por ende, de debilidad frente a los patrones.
Esto que se avizora como un escenario posible para el mediano plazo, se sostiene en parte por el cierre de paritarias ‘22-’23 en niveles históricos. Veamos números. Sanidad 96%, trabajadorxs de carga y descarga 96%, telecomunicaciones 103%, choferes de colectivo 100%, obrerxs navales 110%, lxs trabajadorxs de seguros 109,7%, lxs del calzado un 113%, en el vidrio pactaron 112,4%, farmaceúticxs 109%, aceiterxs 98%, camioneros 107%, bancarixs 94%, ferroviarixs 98%, además de los ya mencionados trabajadores del neumático que obtuvieron un aumento que les garantiza empatar a la inflación hasta julio del año que viene.
Por supuesto que la mayoría de estos acuerdos, salvo honrosos casos como la federación aceitera o el neumático, esconden dos aspectos importantes. Por un lado, en general los acuerdos no contemplan lo perdido en los meses previos y lo que se cobra retroactivamente no compensa la pérdida de salario real. Esta es una trampa de cálculo de la que gremios como el docente hacen gala una y otra vez para “dibujar” los números, pudiendo afirmar que nominalmente se le empata a la inflación pero en términos reales, se pierde ya que los porcentajes aplicados se calculan sobre salarios que ya han perdido algunos puntos en relación a los meses previos. Teniendo en cuenta esto, se hace sumamente necesario incorporar el planteo defendido y difundido por la mencionada federeción aceitera: en el centro del reclamo ubican, en lugar de porcentajes, la definición constitucional del Salario Mínimo Vital y Móvil. Es decir, retomar el artículo 14 bis de la constitución que plantea que el salario debe cubrir alimento, educación, salud, hogar y recreación.
Por otro lado, al ritmo de la crisis económica y la desesperación que genera en los bolsillos de cualquier laburante, se logra hacer foco en la discusión de porcentajes dejando de lado lo que se refiere a condiciones de trabajo. Sin sorpresa vemos como aparecen nuevas formas de flexibilizar las condiciones, la aplicación del banco de horas, de aumentar los ritmos de trabajo, de realizar cada vez más tareas, de achicar los tiempos de descanso, turnos que afectan la vida social, etc. La moneda de cambio que suelen utilizar las burocracias gremiales por conseguir algún punto más en la paritaria son estas cuestiones que implican mayores niveles de explotación.
Así, lo que se nos presenta como “la vida” en esta fase del capitalismo -global y regional, desde luego-, son formas de vida cada vez peores, más precarias, más empobrecidas en términos relativos si se compara no solo con el desarrollo técnico existente, sino en las proporciones de concentración de la riqueza en poquísimas manos.
Frente a este panorama, más allá de las diferencias mencionadas con el contexto del “rodrigazo” setentista, es de esperar que la reacción popular se haga presente. La conflictividad, pese a la burocracia y al peronismo entregado totalmente al ajuste, es muy posible que aumente. Tal vez allí tenemos la explicación por qué el único ítem del presupuesto 2023 que se aprobó con aumento fue en defensa y seguridad. La actividad del clasismo en general y de todxs aquellos que estamos por cambiar la sociedad de raíz -inclusive los medios alternativos y populares como el nuestro- es plantear con claridad este problema: mientras la riqueza producida por los muchxs siga siendo acumulada y concentrada por unos pocos no habrá soluciones para la barbarie en la que están hundiendo a la humanidad. No es posible hacer -como plantea la oposición liberal y neofascista- de que el capitalista sea un sistema “justo”; como tampoco es posible -como insiste el peronismo- que el capital y el trabajo puedan armonizarse y repartir la riqueza equitativamente. La lógica del sistema en su fase de crisis actual no deja más margen que miseria para las mayorías laburantes. Frente a esto no hay más remedio que salir a la lucha que, como aquí y allá, comienzan a hacer sectores del pueblo trabajador en nuestro país y en el mundo. El desafió es que esas peleas dejen de ser por vivir “menos mal” en este mundo y se transformen en peleas por construir un mundo nuevo, un mundo donde gobernemos lxs trabajadorxs, un mundo socialista.
Equipo de El Roble.